«No hay ceros para medir cuánto te quiero»
Llevaba corriendo quince de los veintiún kilómetros de la maratón de Madrid y estaba lista para rendirme. Buscaba qué bus podía tomar, donde estaba, etc. En eso estaba cuando una chica que también participaba me gritó desde el costado:
– «¡Vaaaaaaamos! ¡Vaaaamos! ¡No te rindas, ya no queda nada!»
Tremenda frase con acento español que era una mentira, faltaban seis kilómetros y parecían una eternidad. Sin embargo el ánimo que me trajo fue genial, ella estaba aún más “reventada” (cansada) que yo.
Fue divertido reírme en medio del dolor al que yo misma me había expuesto cuando decidí colarme a esta maratón.
Fue un subidón reconocer que el último plátano que llego a nuestro cuerpo nos había dado cierta clave para seguir corriendo.
Fueron fluyendo los temas que nos motivaban: teníamos en común el que nuestros padres hayan muerto por cáncer. Lo que eso significó en nuestras vidas y los tatuajes dejados. El suyo decía: «no hay ceros» y se lo hizo porque eso fue lo que le dijo su padre antes de morir.
En mi caso, mi tatuaje aún está en gestación. Las raíces de donde vengo y esa sensación de que mi madre está en todos lados. Me encantaría, sin embargo, escribirle algunas líneas:
Tampoco hay ceros para decirte cuanto te amo, mamá. Mira como sigo corriendo, como cuando iba a visitarte e íbamos al aeropuerto. Como los chasquis, mamá. Sin cansarme y por mucho rato… Mira mamá como terminé esta carrera. Terminaré otras, ya verás.
No hay ceros para medir la eternidad.