Si hay un terremoto en México, pasó en mi tierra. Si la policía, presa de los miedos que proyecta, dispara a una activista LGTB en EE.UU., paso en mi tierra. Si el nuevo ministro de Educación de Perú habla y hace barbaridades trogloditas, paso en mi tierra. Si un auto manejado por un loco en España atropella a inocentes transeúntes, paso en mi tierra. Si la gasolina está más barata que el agua en Venezuela, pasa en mi tierra. Si el aceite de Palma enferma a los que comen chips en Europa, pasa en mi tierra; tanto como pasa en mi selva sembrar esas palmas aceiteras por paisanos chinos que no se enteran que estamos todos en la misma casa, que esta tierra es una sola y que si se enferma, nos enfermamos; y que si se sana, nos sanamos. TODAS y TODOS.
Resuena en mi cabeza: “… pero no cambia mi amor / por más lejos que me encuentre… / ni el recuerdo ni el dolor / de mi pueblo y de mi gente… «
La única manera de ir a cualquier parte es agarrarse de la valentía y el realismo de ser unx mismx, salir sin la pretensión de llegar a ningún sitio en especial, a lo soldado raso que va al frente; sin esclavizar los preceptos vitales de la propia libertad, asumiendo la responsabilidad, e ir, con algo así como la fe.
«La ilusión»
No hay idioma, hay idiomas. Las formas de expresar: un “yo te amo” en algunas tierras es “i love you”; pero también hay un idioma gestual que está en todo el mundo. Si entendiéramos que estamos separados por climas y personalidades nos quedarían las emociones. No es que estemos internaciolizando nada, es que somos todos llenos de matices. El irte de un lado a otro nos hace ver que nuestra vida depende de tantos, desde un conductor de combi en Lima hasta un piloto de avión; de una carretera rural hasta una gran y señalizada motorway. Estamos de paso, confiados en la buena voluntad del trabajo y reacción del otro. Interrelacionados.
Escribo, todo lo vivido late en mí en la eternidad de este segundo. Siento a la selva que me canta desde dentro con sonidos de pajaritos. Mi piel morena guarda el calor del sol. Recuerdo a mi padre sonriente llevándome a la escuela y a mi madre en paz, en su último suspiro. A mi amante llegando a verme y a mi sobrina mostrándome a su mascota, que es una coneja que tiembla porque a veces de niños somos crueles. A una estrella de mar que conocí el otro día cuando esa inmensa masa de agua turquesa jugaba conmigo y se llamaba Mediterráneo.
Espero que te mejores, tierra mía; después de las noticias de las siete, anochece y alguna gente duerme, ahí el mundo de lo sutil brilla: huele bien y tiende la mano a los que con esperanza y amor, creen.