Al terminar la relación que podría llamar “mi amor de juventud” que empezó cuando tenía veintidós y terminó poco después de los veinticinco. El día del fin, tuve un sueño, en sus metáforas me trazaba un camino que representaba la separación y un viaje descalza; gracias a ese sueño a veces cuando llego a un lugar nuevo siento que ya he estado ahí, que ya lo había visto . Aquí algo que escribí sobre ese sueño:
Silencio abismo y a lo lejos mar y olas. Consciencia, lágrimas y cansancio. Enojada como por la suma de todas las traiciones, me hincaban palabras finales.
Tregua de pérdida, ir a dormir con pena de que no se puede hacer nada para cambiar el mundo. Cierras los ojos, entras en la eternidad del sueño:
Había un castillo antiguo de piedra, adornado y lleno de gente que yo no conocía. Tú estabas en medio de la fiesta, riendo y hablando con todos. Te veo feliz, me acerco a ti tierna y te digo que vayamos “allá”, el horizonte de la puerta de salida, a cumplir los sueños que nos habíamos prometido; los viajes; los juegos psicomágicos, las películas aún por ver, la casa, el matri igualitario, el perro, el gato, los dos cuartos para que cada una tenga su espacio. La literatura, las películas, tus fotos, mis libros, tu azul y mi verde caña, tu costa y mi selva (o visceversa).
Me miraste con amor y miraste a la fiesta del castillo. “Auri, me quiero quedar con ellos. Soy feliz aquí”. Me sonreías, luego me tomabas de las manos y me decías “gracias”. Entonces nos dábamos un beso como en la cima del escenario. Con todos mirando felices, celebrando nuestro amor. Incensurable amor. Las luces estaban todas dirigidas a nuestros ojos cerrados o así yo lo sentía, mi cuerpo como un durazno en flor y tu besándome.
Y me entendiste y te entendí como nunca nos habíamos entendido. Y paramos de besarnos para reímos, como dos que descubren que están vivas de casualidad. Como dos que amamos tanto. Te amo tanto. Mi amor me despido. Estoy tan feliz por ti. Has dicho lo que yo quería decir. También quiero irme fuera de este castillo, porque quiero viajar y nunca he estado tan sola y libre como ahora. Y ya es hora.
Me sonríes con alegría y pena y, regresas con ellos; te esperaban; te admiraban. Te encuentras con el tesoro: tú reflejada en los ojos de ellos. Yo avanzo hacía la salida del castillo, afuera hay una selva oscura con lianas que se trenzan de árbol a árbol. Sin zapatos, avanzo; veo en tu dirección por última vez, integrada en la fiesta has vuelto a reír. Ahora debo preocuparme por en dónde piso, siento que resbalo y me atemoriza el mato oscuro de la selva.
Sonidos de grillos y de agua que corre, que curiosidad. Un riachuelo de agua transparente y algas hermosas va al costado, alimenta a una laguna. Me mojo los pies, bebo agua, algo que dice que siga avanzando. Con cada paso me siento más feliz, más libre.
En el medio del mato hay otro castillo, tiene un aire al primero; pero es de un gris más oscuro. Dentro hay ambiente de fiesta, todo está impecable; pero no hay nadie. Al preguntar un “¿hola?” el eco me traga. Aún así siento que estoy en el lugar indicado, un lugar donde fue muy difícil llegar. Cada paso estoy más cerca ¿de qué? No lo sé, solo siento una alegría inmensa en mi interior, algo que dice: “aquí vas a encontrar la respuesta que estás buscando”.
Es tanta la alegría que busco más rápido, corro por todo el castillo buscando. Subo las escaleras del medio del castillo y empiezo a buscar a alguien, alguna puerta, algo. Solo sé que con cada paso mi corazón late más fuerte y yo siento que me acerco. El castillo es un laberinto, doy muchas vueltas que no tienen salida y no dan a nada.
Finalmente, luego de varias vueltas, al final de un pasadizo hay una puerta pequeña. La alegría va del pecho hacía afuera. Abro la puerta. Mucha luz sale desde el cuarto hacía mí. Luego del destello puedo ver dentro de la habitación. Ella tiene un tul (procurar detener el ataque de mosquitos) que cubre una cama. Es un cuarto que tiene una ventana al otro lado de la puerta. Entro a la habitación, me acerco a la cama cubierta con el tul. Abro el tul y miró: en medio de la cama hay un libro enorme con pasta blanca. La adrenalina de mi corazón: algo me espera en ese libro, algo muy importante. Cojo el libro, lo tengo en mis manos, soy más feliz y puedo estar con él todo lo que yo quiera. Solo tengo que abrir el libro. Abro el libro, lentamente abro la tapa. Estoy cada vez más contenta. Abro más la tapa, mucha luz sale del libro. Cuando el destello para miro al libro: está en blanco.
Entonces veo que el libro está en blanco y me empiezo a reír. Yo sentí mucho amor, no un amor deseo sino un amor familiar y fraterno. Algo como un calor que va subiendo y siento que me abraza, un amor es cálido, puro, desinteresado. Me siento amada un brazo protector me cubre. Me siento en el vientre materno, amada, protegida. No sé si fue así, pero si no lo fue quedó mi nacimiento curado.
Consciente notó que la habitación es hermosa, de pronto me siento muy cansada y decido recostarme en la cama. Al hacerlo el libro ya no es protagonista, sino que en la cama me espera un cuerpo tibio que abre los brazos porque yo me acerco (y piensas solo en su piel, y sientes como nunca). No veo el rostro de mi amante, pero siento su energía: es ahí es dónde por una eternidad mi alma quiso estar.
Me despierto llena de consuelo. Lista para dejar ir. Le ofrezco agua a la que por siempre será amor de juventud. Como ironía me dice que no quiere nada de mí. Sus palabras tenían el extraño poder . Le acompaño a la puerta, tiene los brazos cruzados. “¿Un último abrazo?”, le digo. Me abraza, dura, tiembla. Nadie quiere flaquear esta vez. “¿Un último beso?”. Mueves la cabeza en no. Antes de que se vaya alcanzo a decir “al final de lo que te arrepientes es de lo que no hiciste”. Chao, me dices. Chao te digo. Te veo bajar las escaleras. Cierro la puerta.