El 12 de abril será un día que nunca olvidaré. Es el día en que más Auria me sentí. Subí al escenario de la marcha por la igualdad con mi enamorada y le di un beso cuando preguntaron por una pareja real. Los asistentes aplaudían y silbaban, yo estaba increíblemente cómoda y feliz: además de amor tenía comprensión.
Sé que nuestra relación no tiene (y quizá nunca tenga) la comprensión y aprobación de todos, por diversas razones; pero, la verdad, no me importa. Finalmente, y lo digo después de haber pasado por mucho dolor: lo que el mundo piense no me importa.
Sé que una persona no puede cambiar al mundo, al país; pero una persona si puede cambiar y ser lo mejor que pueda ser, en su casa, en su barrio, en su trabajo. Y si querían ver a las personas detrás del cambio que tanto piden, pues acá me tienen lista para enfrentar lo que venga. Y lo mejor, no estoy sola, ayer hubo muchísima gente así de dispuesta. ¿Saben? antes también hubo gente así en el Perú, tuvieron varios nombres que pondré cuando la emoción me deje escribir mejor y cuando la vida me los vaya presentando.
Llegar a tener veinticinco años me ha servido para conocerme, sé que puedo ser feliz en la vida tanto con un hombre como con una mujer. Y ahora, quiero vivir la plenitud de ser y haber logrado, sin casi notarlo, lo que de niña me imaginé que sería.
Ayer salí a marchar porque la causa me pareció justa, porque pude y otros no pudieron, porque no me dio roche, porque quiero decir en nombre de los que no se atreven, de los que dudan, de los que creen que todo está dicho: no hay nada de malo en ser quien eres. Ayer subí al escenario porque quise subir y porque ya no quiero que el amor que siento esté confinado a las sombras y los disimulos, porque es algo hermoso, porque no me avergüenzo de ser una mujer que ama a otra mujer. Y espero que llegue el día en que la sociedad cambie, para que nadie más se avergüence de amar y ser amado.
– Originalmente publicado el 13 de abril del 2014 –
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